jueves, 13 de noviembre de 2008

Yrigoyen y Peron - Clase obrera y democracia







Comparar la relación de la clase obrera y de sus organizaciones sindicales con el Estado bajo el Yrigoyenismo y bajo los dos primeros gobiernos peronistas implica analizar la relación de las mismas con el estado democrático burgués en dos momentos históricos concretos. Es decir la relación que estableció la clase obrera con la forma de dominación social que sostiene las relaciones sociales de producción en dos momentos diferentes de la lucha de clases diferenciados por un diferente momento del proceso de acumulación capitalista.

De manera que el problema alude a las diferentes forma que asume la sistema democrático burgués para hacer frente a los embates de la clase obrera en el marco de un sistema democrático formal que presupone el consenso, y una capacidad de coerción dependiente de la correlación de la lucha y el posicionamiento político de las diferentes clases sociales y fracciones de clase. Muy a pesar de que el funcionamiento ideal del estado burgués implicaría el encapsulamiento total de la lucha de clases la capacidad de generar un consenso, en base a la contradicción implícita entre las relaciones formales (de igualdad) y las concretas (de explotación) es infructuosa y el conflicto sale a la luz de una o de otra manera. El periodo yrigoyenista y el peronismo - mas exactamente el periodo de activación obrera que culmino en la semana trágica y el Congreso de la Productividad realizado hacia finales del segundo gobierno peronista- son dos momentos en que el conflicto puede ser visualizado en el desarrollo histórico concreto.

Hacia 1916 la burguesía argentina había ampliado la base política de dominación. La reforma electoral de 1912 permitió la incorporación al sistema político de las clases medias encarnado políticamente en el radicalismo y la figura de Yrigoyen. En este sentido debe entenderse el gobierno de Yrigoyen, en primera instancia, como el resultado de una crisis en el sistema de dominación burgués que significo la apertura del sistema político mas allá de la alta burguesía. Hacia 1910 el movimiento obrero e expande vigorosamente en el momento de pleno auge agro exportador, el nivel de concentración de capital cierra las vías de promoción social y las contradicciones de la democracia burguesa se vuelven más evidentes, en este marco sectores reformistas dentro de la burguesía llevan adelante la implementación de nuevas formas hegemónicas, que garanticen un mayor nivel de consenso[1]. En este contexto creemos debe ser interpretada la reforma electoral que permitió el acceso del radicalismo al poder, expresión de la pequeña burguesía urbana y rural que se moviliza para controlar el aparato de estado; siendo este un intento de “renovar el pacto desarrollista pero, (…) las condiciones en las que se produce el experimento político son diferentes: una clase obrera acrecida y con un poder de estructuración mucho mayor, una crisis mundial mucho mayor; el sector más pobre de la burguesía rural en graves problemas, producto del propio proceso de acumulación capitalista”.[2]
Sin embargo aunque la capacidad de generar consenso sin recurrir a la coerción del sistema dominación reformado fue limitada tuvo sus alcances, se debe destacar que “los efectos de la ‘democracia’ sobre el movimiento obrero son importantísimos: el socialismo, resucitado por la Ley Sáenz Peña, aparece como la única opción ‘política’, el anarquismo en retirada completamente descolocado por la ‘democracia’ y victima central de la represión del centenario; el sindicalismo ‘revolucionario’ autotransformado en sindicalismo ‘independiente’ apostando a una relación pacifica con el radicalismo”[3] . En este sentido la reforma electoral crea una forma de dominio social que permite la fractura de las fuerzas sociales anti sistémicas. Pero el ascenso del movimiento obrero que comienza con las huelgas de la FOM y la FORA IX en 1916 y 1917 organizado principalmente en su vertiente sindicalista pone en evidencia “que la ley Sáenz Peña y todo el programa de ‘nacionalización’ y ‘normalización’ han fracasado en su objetivo de máxima: diluir la conciencia de clase en la categoría ‘ciudadano argentino’. Ella se abre paso a través del tejido entramado para contenerla, no en virtud de ninguna ley metafísica sino como repuesta a las condicione de vida de la clase misma. La contradicción central del capitalismo, producción social y su apropiación privada, aflora sin respetar absolutamente nada”[4]. Otra interpretación caracteriza a pico de conflictividad que expresan los acontecimientos de la semana trágica más que en el desarrollo del sindicalismo en su escaza inserción en la clase obrera, argumentando que el desarrollo de la organización sindicalista tuvo como eje de sus acciones el crecimiento de la “entidad” y que el verdadero origen de las huelgas hay que situarlo en el incremento del costo de vida y en el hecho que solo 1/5 de los trabajadores se encontraba agremiado. En este entado sostiene que “la huelga puso de manifiesto el impulso obrero y su escaza estructuración institucional” lo cual facilito la represión y la “contramovilizacion”, mostrando significativamente “la neurosis de clase que experimentaron las clase altas y medias altas”[5].
En este sentido creemos que la semana trágica debe ser considerado un punto de inflexión en relación a la actitud estatal frente al movimiento obrero y el sistema de dominación muestra su costado abiertamente coercitivo mediante la represión directa mediante las fuerzas de seguridad o la “pasividad” frente el accionar represivo de organizaciones “civiles” que dio comienzo a la desarticulación del movimiento obrero organizado imponiendo su repliegue.

Hacia 1945 el sindicalismo se ha transformado nuevamente de una fuerza fragmentada en un movimiento de masas de proporciones nacionales. Su capacidad de movilización, proveniente de su solido arraigamiento en el mercado de laboral y su incorporación al sistema político, significó que se convirtiera en un factor político insoslayable[6], sin embargo esta movilización gestada por la clase obrera iba a ser “confiscada por la burguesía”.[7] El sindicalismo se incorpora al movimiento reformista que encarna el peronismo y, aunque no lo hace en situación absolutamente subordinada, pierde en gran medida el grado de autonomía de clase de su acción política. Si el sindicalismo peronista tuvo un mayor peso político en la escena política nacional que el “pre peronista”, este provino del mayor grado de receptibilidad a sus demandas por parte de las autoridades estatales, este hecho tuvo como contrapartida una penetración estatal en la estructura sindical que respondió a dos propósitos: configurar una nueva estructura de poder dentro de la misma (Centralizando la toma de decisiones y desplazando a gran parte de la antigua dirigencia) y la creación de una estructura jerárquica mas rígida.[8] De esta manera la clase obrera se transforma en la base social del peronismo, y este se transforma en su mejor opción política en el marco de la democracia burguesa; lo sindicatos son el principal eje de la campaña electoral de 1951en las que el peronismo triunfa holgadamente.
Sin embargo las contradicciones mismas del proceso de acumulación nacional llevarían a que el conflicto entre capital y trabajo salga a la luz por entre los intersticios del corsé político que lo sujetaba. Ante el agravamiento del cuadro económico en 1952 se plantea la necesidad de aumentar la productividad del proceso de trabajo y las autoridades exigen
La subordinación de los intereses sectoriales del movimiento obrero a las exigencias de la emergencia económica nacional.[9]
La gradual institucionalización de las relaciones laborales llevada adelante durante el peronismo condujo a que la disputa entre lo intereses contrapuestos e definiera en un ámbito (negociación en paritarias y organizaciones gubernamentales) en la cual la implicación directa de los obreros no ocupa un lugar central. De todas maneras la proliferación de los aumentos extraoficiales negociados por los delegados de fabrica, que luego deben ser aceptados por los sindicatos, mostrarían un cierto nivel de autonomía de la acción de la bases sindicales, que valió la crítica de Perón a las Comisiones internas y la sanción en 1953 de la Ley de Convenios colectivos de trabajo. Es este el contexto donde se debe ubicar la realización de Congreso Nacional de la Productividad en 1955, el objetivo del mismo era lograr algún tipo de conciliación entre los intereses contrapuestos de empresarios y trabajadores a los fines de elevar la productividad del proceso productivo, o dicho de otra manera: una ofensiva empresarial por aumentar la plusvalía extraída en el proceso productivo adquiriendo un mayor control sobre el mismo. Frente a esto urge la resistencia del movimiento sindical, en este sentido se puede afirmar que “el impacto de la emergencia económica sobre los trabajadores constituyo una ilustración tanto de la fuerza como de la debilidad del movimiento sindical envuelto en la experiencia peronista, el movimiento termino siendo un gigante impotente que no podía ser ignorado: si no logro definir los rumbos del gobierno, condiciono por lo menos sus márgenes de maniobra”[10]. En relación a esto Doyon destaca el papel activo de la bases en contraposición al conformismo de lo cuadro dirigentes, sin embargo el trabajo realizado por Kabat referido a los problemas de productividad en la industria del calzado en el marco del CNP, algunos de los cuales son comunes a toda la rama de la producción como el ausentismo, el papel de las comisiones internas, la implementación del trabajo a destajo; se destaca que no existe ruptura entre el sindicato y u bases, y que la relación de fuerza favorable a la clase obrera no urgen solo de la fábrica, sino del peo político que lo trabajadores poseen en la sociedad
En este sentido el fracaso en u objetivos del CNP debe ser interpretado como el fracaso de intentar reconciliar lo irreconciliable: “En definitiva: el Acuerdo Nacional de la Productividad sustancio el consenso de lo irreconciliable, las limitaciones y ambigüedades de los puntos acordados, la omisión forzada de la problemáticas claves y, principalmente, la inviabilidad practica de lo resuelto, no hicieron más que expresar los ejes de las contradicciones entre capital y trabajo en una coyuntura histórica signada por la crisis de un modelo de acumulación” [11] en tal sentido se puede sostener que las discusiones llevadas a delante durante el congreso “no hicieron más que conformar un espacio institucional donde se expresaron los elemento centrales de la lucha de clases en una coyuntura particular del la historia argentina”. [12] De esta manera quedo manifestado el límite de accionar del peronismo en el momento en que se vio obligado a avanzar sobre su propia base política urgido por las necesidades del proceso de acumulación[13], de hecho las políticas económicas de los gobierno posteriores al peronismo lograron avanzar sobre las conquistas de la clase obrera pero fue necesaria una dosis cada vez mayor de coerción y violencia, la cual llego a u pico máximo durante la dictadura militar de 1976-1983.
[1] Sartelli, Eduardo: “Celeste, Blanco y Rojo. Democracia, nacionalismo y clase obrera en la crisis hegemónica (1912-1922)”, en Razón y Revolución, n° 2, Buenos Aires, primavera de 1996

[2] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.
[3] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit
[4] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit
[5] Rock, David El Radicalismo argentino 1890-1930. Buenos Aires. Ediciones Amorrortu. 1977, caps. seleccionados.
[6] Doyon, Louise: Perón y los trabajadores. Los orígenes del sindicalismo peronista, 1943-1955, cap. 11.
[7] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.

[8] Doyon, Louise: Op. Cit.
[9] Doyon, Louise: Op. Cit.
[10] Doyon, Louise: Op. Cit.
[11] Bitrán, Rafael: El Congreso de la productividad: la reconversión económica durante el segundo gobierno peronista. Buenos Aires: El Bloque, 1994, cap. 6 y conclusiones
[12] Bitrán, Rafael: Op. Cit.
[13] “La perdida de base material de maniobra del país y del peronismo resto a este la posibilidad de continuar con su política, y fue la que condujo, en ultima instancia a su caída” – Frondizi, S. En Ghioldi, Rodolfo, Silvio Frondizi y Rodolfo Puiggrós: “La línea sinuosa. Miradas sobre el peronismo entre la caída y el retorno”, en Razón y Revolución n° 3, invierno de 1997

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