jueves, 13 de noviembre de 2008

La crisis de 1930 y el New Deal







Las políticas aplicadas durante el periodo del New Deal para enfrentar a la crisis económica se centraron en un cambio en la naturaleza de la intervención estatal en la economía a fin de controlar los efectos del ciclo económico capitalista.
La política económica estatal apuntó a moderar los efectos de la sobreproducción y el subconsumo generado por el desarrollo del sistema capitalista. Con respecto al primer aspecto de la crisis, el objetivo fue absorber el excedente productivo mediante la demanda estatal, y, en lo referido al segundo aspecto, se busco incrementar la capacidad de consumo subsidiando la misma mediante diferentes legislaciones (seguro de desempleo, salario mínimo etc.) La base de ambos ejes de la política del New Deal fue el gasto deficitario del estado como medio de absorber el excedente de producción.
En lo referido al aspecto político el periodo esta marcado por una macada ampliación de las facultades legislativas del poder ejecutivo el cual se transformo en la usina generadora de los proyectos legislativos. También las presidencias de Roosevelt significaron un cambio en las formas de comunicar las acciones de gobierno a la población mediante un contacto más directo y espontantaneo con sus gobernados. Roosevelt se convirtió en el representante del estado benefactor que dejando el histórico papel de arbitro se transformo en el garante del bienestar de la ciudadanía, a través del énfasis puesto en la seguridad social y la acción colectiva, los programas asistenciales, las legislaciones que pusieron un piso a los salarios y un techo a las horas de trabajo el estado transformo su rol histórico.
El estado del New Deal tuvo que tratar con el crecimiento de la movilización obrera producto de la depresión económica y proliferación de las huelgas que contenían un cuestionamiento implícito al sistema económico. En este sentido se impulso la conformación del Congreso de Organizaciones Industriales con la colaboración de las empresas más importantes del país y la promulgación de la ley nacional de relaciones laborales. Esto permitió crear el marco necesario para la cooptación del movimiento obrero, canalizando el descontento hasta “los limites legítimos de la negociación colectiva”[1] y restringiendo el reclamo de los trabajadores al aspecto salarial. De esta manera se amplio la participación de los trabajadores en el proceso de producción pero dentro de los limites fijados por el sistema de ganancia, consolidando el proceso de racionalización económica mediante el disciplinamiento de la clase obrera. Como consecuencia “ el hecho de que el New Deal reconociera grupos sociales potencialmente antagónicos cumplió un propósito conservador y de integración: si se lograba que esos grupos colaboraran con la elite política y económica dominante teniendo en cuenta las reglas del capitalismo empresarial, se eliminaba toda posibilidad de que sus reclamos de reforma comenzaran a cuestionar las relaciones de propiedad fundamentales”[2]
Las relaciones del estado con los monopolios plantearon un serio dilema a los políticos del New Deal “ el problema de conciliar la libertad con el orden, el individualismo con la organización colectiva era antiguo, pero la creación de un sistema industrial altamente integrado en un país que durante largo tiempo había preservado sus tradiciones individualistas, democráticas y liberales presentaba el problema de un modo peculiarmente serio”[3]. El problema concreto consistía en que para contener la espiral deflacionaria se debía promover una dirección central además de favorecer la cartelización de las empresas, pero, al mismo tiempo, se debía dar la impresión de que se mantenían los ideales competitivos. Como consecuencia no se constituyó un programa único sino una serie de programas con objetivos a veces opuestos y contradictorios. El resultado de los mismos en la practica fue el crecimiento y fortalecimiento de acuerdos monopólicos debido al riesgo económico que implicaba enfrentar a poderosos grupos de intereses y a la amenaza de un proceso deflacionario.

Existe un amplio debate historiográfico alrededor de como debe interpretarse del New Deal. Las posiciones abarcan un espectro que va desde los historiadores que lo interpretan como un periodo revolucionario en la historia de Estados unidos hasta los que lo consideran como un giro conservador cuyo objetivo fue la regeneración del sistema capitalista golpeado por la crisis. Es innegable que fue un periodo de cambios en muchos aspectos de la sociedad la política y la economía norteamericana. Fundamentalmente cambio la naturaleza de la participación del estado en la economía, el rol que asumió el mismo frente a la población y como consecuencia la percepción de este por parte de la misma. Sin embargo, un análisis a fondo de estos cambios lleva a la conclusión de que estos no condujeron a ningún resultado revolucionario o reformista si no que fueron funcionales a la recuperación del sistema capitalista luego la crisis. En este sentido coincido con Wiley en que “existe una diferencia entre recuperación y reforma, y la estabilización del sistema capitalista no es, de ninguna manera, una condición previa necesaria para llevar a cabo una reforma social eficaz: la recuperación implica un intento por reconstruir el status que anterior a la crisis; la reforma implica cambios significativos en la base social y económica de la sociedad”[4] Por otra parte es discutible que el New Deal haya conseguido el objetivo de recuperación que se había propuesto, la depresión fue superada finalmente con el ingreso de los Estados Unidos a la segunda guerra mundial.
[1] Wiley, B. El mito de la reforma instaurada por el New Deal en “Una polemica historiográfica. El New Deal: ¿Una solucion eficaz para la gran depresión?” Fabio Nigra y Pablo Pozzi, comps. Huellas imperiales. Estados Unidos de la crisis de acumulación a la globalización capitalista (1930-2000). Bs.As. Editorial imago Mundi. 2003
[2] Wiley, B. Op. Cit.
[3] Hawlley, E. W. “El New Deal y el problema del monopolio” en Fabio Nigra y Pablo Pozzi, comps. Huellas imperiales. Estados Unidos de la crisis de acumulación a la globalización capitalista (1930-2000). Bs.As. Editorial imago Mundi. 2003

[4] Wiley, B. Op. Cit.

Acumulacióm de capital en Argentina 1900 - 1969







La acumulación de capital en la formación económico-social argentina tiene su base en la renta agraria. La alta productividad de los suelos implicó un nivel de eficiencia en relación al mercado mundial que significó la precepción de una renta diferencial por parte de la burguesía agraria. Esto posibilitó el surgimiento de un mercado interno con una alta capacidad de consumo mediante la transferencia de valor (proveniente de la renta absoluta de la tierra más la renta diferencial) del sector agrario de la economía al sector no agrario, ya sea mediante subsidios indirectos o directos, y fue lo que permitió el desarrollo de un sector industrial dentro la formación económica. Esta transferencia de valor significo el desarrollo de un sector industrial con escaza capacidad de competencia en el mercado internacional, el cual debió ser sostenido por sector agrario de la economía[1]. La limitada escala de producción de implicó una escaza división del trabajo social y la poca complejidad del proceso productivo en el sector no agrario de la economía, lo cual dio como resultado el desarrollo de un sector industrial con bajos niveles de capacidad de acumulación y poco competitivo a nivel de los mercados externos, debido a que el nivel de su productividad se ubicó por debajo de la media mundial.[2]
En este sentido se puede afirmar que “…ya sea en forma directa o indirecta, esos subsidios perjudican a una fracción de la burguesía en detrimento de otra, restándole capacidad de acumulación al disminuir la plusvalía de la que puede apropiarse”.[3]. De manera que, aunque con marcados altibajos, la renta de la tierra ha constituido una fuente sustancial de plusvalía para la economía nacional, lo cual es un rasgo distintivo del proceso argentino de acumulación[4].

2 - Evolución histórica de la acumulación de capital. - La crisis de 1930, el peronismo y la década de 1960.

Para comprender la evolución histórica del proceso de acumulación de capital en sus rasgos más gruesos se puede acordar con que desde el inicio del siglo XX hasta 1930 “tres sujetos sociales confluyen como socios principales en la apropiación de la renta”[5]:

1- la burguesía terrateniente, la cual
2- los capitales industriales extranjeros que operan en la circulación de mercancías agrarias y en los servicios públicos; los mismos
3- El capital acreedor de la deuda pública externa, el cual

Sin embargo ya hacia la década de 1940 se constata un cambio en los sujetos sociales que se apropian de la renta, comienza la “etapa de acumulación nacional de capital en la que lo terratenientes han pasado de gestores políticos, a supuestas víctimas de sus socios en el proceso de apropiación de la renta, al haberse incorporado a este los capitales industriales que operan en la escala restringida del mercado interno”[6]
Para el periodo analizado, siguiendo el análisis planteado por Iñigo Carrera la evolución histórica de la evolución de la riqueza social está caracterizado por un violento divorcio entre el crecimiento del producto material de la economía y el retroceso en la magnitud de valor del mismo (utilizando como índice el computo del Producto Bruto Interno a precio corriente expresados en unida monetaria de poder adquisitivo constante respecto de una canasta dada de valores de uso: el índice de precios al consumidor). Más allá de las conclusiones a las que llega el autor acerca de este dato lo concreto es que el proceso de acumulación capitalista en argentina presenta serio problemas de reproducción, es decir la capacidad de valoración del proceso acumulativo es cada vez más limitada. Esto se debe, a nuestro criterio a las limitaciones producto de las contradicciones internas del proceso de acumulación de capital argentino, que se hacen visibles en la medida en el tamaño de la economía no agraria, con escaza capacidad de competencia y valorización, crece más allá de lo que puede ser sostenido por la economía agraria, es así que “en algún punto los subsidios tienen que ser eliminados, se produce una enorme crisis industrial y los sectores agrarios recuperan rentabilidad. Este vaivén producido por la transferencia de ingresos sectoriales resta capacidad de acumulación a largo plazo del conjunto de la economía”[7]

3.1- La crisis de 1930.

Según Arceo la caída de los precios de exportación y el deterioro de lo términos de intercambio acontecido entre los año 1928 y 1933 brindaron una situación excepcional a la industria (vía abaratamiento de materias primas y mano de obra, y restricción de la importaciones) traducido en un incremento de la producción industrial con elevado márgenes de ganancia. En este sentido la caída de ingresos de exportación creó las condiciones para la expansión de la industria vía un cambio en los precios relativos inducido por una política que procuro que la reducción de la importaciones, necesaria por la caída de las exportaciones, no se efectúe mediante una contracción de la actividad global, restringiendo la demanda interna y contrayendo lo ingreso fiscales. Sin embargo el peso y el dinamismo de la industria fueron insuficientes para contrarrestar los efectos de la diminución de la renta agraria sobre el ingreso per cápita, debido a un insignificante aumento de la productividad por habitante y a las escazas modificaciones en la composición orgánica del capital.[8] De manera que el proceso de sustitución de importaciones iniciado en la década de 1930 se sostiene mediante el flujo de riqueza social proveniente de la renta diferencial que es apropiado mediante diferente mediadas de política económica por parte del estado tales como la instauración de un tipo de cambio sobrevaluado, la retenciones a las exportaciones y la participación directa en el comercio.[9]
Es precisamente, según Diaz Alejandro, desde 1930 cuando comienza a ser persistente – exceptuando el periodo correspondiente a la segunda guerra mundial y a los primeros años de posguerra- una escasez de divisas, el estrangulamiento de divisas que coarto la expansión económica tuvo su origen, según el autor, en que la capacidad de importación no alcanzo para lograr una tasa sostenida de crecimiento del 5% anual. [10] En su análisis el autor sostiene que si bien en un principio se utilizaron se utilizaron eficientemente lo recursos disponibles, mediante cambios en la estructura de la demanda y la sustitución de importaciones, desplazando al gasto hacia el consumo es el comienzo de una etapa de desequilibrio visible en la distribución de la formación neta del capital por clases de bienes a favor de sectores de la economía interna y en detrimento del sector externo, que se iba a acentuar principalmente en los gobiernos peronistas[11]. En contraste Basualdo en su análisis destaca el aceleramiento del proceso de industrialización y concentración que se produce en la industria a partir de 1930. Un dato relevante que aporta en este sentido es que para 1937 los grandes establecimientos eran el 1.4% de las plantas, representando el 37% de la ocupación y el 58% del valor de producción total. Asimismo subraya que la necesidad de tener en cuenta las características de la estructura económica que determino que la firmas extranjeras y la empresas locales no constituyeran fracciones empresariales desvinculadas, tanto dentro de una misma rama de la actividad como entre firmas de diversas actividades ligadas por relación de insumo producto.[12]
Evidentemente la crisis de 1930 significo una serie de modificaciones en el proceso de acumulación de capital argentino, lo central de definir es, a nuestro criterio, de qué tipo de modificaciones se trato. Hay quienes sostienen que se trato de una modificación cualitativa es decir que existieron cambios estructurales en el proceso de acumulación, y que a partir de la crisis de 1930 se asiste al final del periodo de acumulación basado en la renta agraria para dar lugar a una nueva etapa. En el apartado final dedicaremos unas líneas al tratamiento de la cuestión.

3.2 –1946/1955.

La ampliación del ámbito de acumulación industrial significo la constitución de actores sociales de peso significativo opuestos al modo de acumulación basado en la renta agraria. Este es el planteo que hace Arceo acerca de la conformación de nuevo bloque social – conformado por los nuevos sectores industriales y los sectores populares movilizados por el estado.[13] Sin embargo el autor resalta que las condiciones para la instauración de un “nuevo modo de acumulación” son particularmente restrictivas debido a que el sector a las restricciones del sector agrario en recuperar su producción y un creciente deterioro en las condiciones de competencia internacional. Nuevamente nos vemos frente a la cuestión de la naturaleza de los cambio en el proceso de acumulación, por el momento digamos que resulta llamativo el planteo de Arceo al sostener que las restricciones a un “nuevo modo de acumulación” provienen del sector que era base de sustento de lo que, usando los términos del autor, era el “viejo modo de acumulación”. La contradicción llega al máximo al sostener que la posterior crisis de la industria, producto en realidad de su pequeña escala y u escaza competitividad, se debió a caída de los montos globales de las exportaciones no tradicionales – no por los altos costos laborales sino debido a que las ventas e explican por la desaparición de lo proveedores internacionales - y al estrangulamiento de divisas como consecuencia del agotamiento de las condicione de reproducción ampliada de explotación del suelo[14]. Una visión similar del periodo peronista se encuentra en el texto de Basualdo: un nuevo bloque social que apunta a la expansión del mercado interno –con altos niveles de salarios y ganancias- mientras se pudo transferir la renta agraria, destacando el estrangulamiento de divisas visible desde 1948 y el hecho de que la industrialización quedo fortalecida pero no se transformo en el eje del proceso económico.
Por su parte Diaz Alejandro sostiene que el no volcar suficiente recursos a las industrias de exportación y a las industrias “verdaderamente competitivas” de las importaciones y haberlos designado a lo viene internos “fue lo dio origen al grave problema de las últimas cuatro décadas”[15] signado por la permanente escasez de divisas. Según el autor las políticas de los gobiernos peronistas tendieron a no expandir las exportaciones de bienes –rurales o industriales- y no aplicaron una estrategia coherente de sustitución de importaciones, en cambio se estimulo el incremento de los bienes internos, estrategia no compatible con el logro de una tasa de crecimiento sostenida del 5% anual. En este sentido afirma que el peronismo más que fomentar la industria fue una política nacionalista y popular de aumento del consumo real, la ocupación y la seguridad económica de la masas a expensas de la formación de capital y de la capacidad de transformación de la economía.[16]

3.3 - 1960/1969.
La descripción que realiza Basualdo cuenta con las siguientes características: el arribo de inversiones extranjeras debido a la aplicación de políticas “desarrollistas” que facilitaron su ingreso para incrementar la productividad y asegurar su autonomía frente a las limitaciones del sector externo, el incremento de la participación asalariada con una fragmentación del mercado de trabajo, la predominancia de esto actores dedicado a la producción de bienes de consumo durable, y el recurso al endeudamiento externo como medio de ampliar la disponibilidad de divisas.[17] Otra visión destaca que hacia 1964 se producen una serie de cambios: elevación sostenida de la tasa de crecimiento industrial, el incremento de la producción de bienes de consumo no durables, el crecimiento de la industrias vegetativas, un aumento de la capacidad de empleo de mano de obra (in fragmentación del mercado laboral), la diversificación del liderazgo empresario (se incorporan empresas medianas dinámicas y grandes vegetativas y el crecimiento de la exportaciones industriales de empresas nacionales.[18] En este sentido sostienen que se inicio una nueva etapa signada por laos cambios ya mencionados que resultaron en una reversión de las pautas distributivas generando un capital industrial con más capacidad para desarrollar el mercado interno asalariado incrementando la dotación del factor capital, sin embargo no dejan de destacar la condición que posibilito estos cambios: la inexistencia de crisis en el sector externo debido a la atenuación de restricciones de la oferta agropecuaria, el crecimiento de la exportaciones industriales y el endeudamiento externo.[19] Por otra parte una crítica[20] a esta caracterización resalta lo errores metodológicos de la periodización utilizada proponiendo una periodización que diferencie 1964/66 de 1966/72, destacando que el crecimiento de la industrias vegetativas e da solo en el primer periodo. Por otra parte le critican medir el liderazgo empresario a partir del porcentaje de participación de las industrias en la economía. En definitiva la crítica sostiene que a partir de 1966 se acentúa la consolidación de las empresas extranjeras, e revierte la distribución progresiva del ingreso y crece la fractura salarial en beneficio de los obreros del sector dinámico de la economía (Industria extranjera de bienes de consumo durables). Por último critican el planteo de que no existe crisis del sector externo y argumentan que el aumento de la deuda externa es una prueba de que sucede lo contrario.


4. - Los límites de la acumulación capitalista en Argentina.

En base a lo expuesto hasta aquí e pueden realizar una serie de consideraciones. En primer lugar se puede sostener que la acumulación capitalista en argentina no ha experimentado cambios cualitativos que impliquen que haya dejado de ir un capitalismo de base agraria, el desarrollo industrial y los cambios en la composición del mismo e realizaron en base a la transferencia de la renta agraria hacia los sectores no agrarios de la economía. Por otra parte las condiciones en que se dio ese desarrollo del capital industrial significaron que - debido a su pequeña escala, u escaza división del trabajo y productividad y su tardía inserción en la competencia capitalista internacional - tuviera una limitadísima capacidad de competir con la industria de otras formaciones económicas. De esta manera para desarrollarse, mas allá de coyuntura histórica que brindaron una protección de hecho, debió ser subsidiado mediante políticas de estado por la renta agraria proveniente del único sector realmente dinámico de la economía, principal proporcionado de divisas. En este sentido el creciente endeudamiento externo y el aumento de la tasa de explotación, y su consecuente descenso en los niveles de vida, debe ser comprendido a partir del agotamiento de la capacidad de generar riqueza del sector agrario
[1] Iñigo Carrera, Juan: La formación económica de la sociedad argentina, Imago Mundi, Bs. As., 2007. Capítulo 5: “Evidencias de la especificidad del proceso argentino de acumulación de capital”; pp. 41 a 85 (Gráficos 5.2 y 5.3)
[2] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.
[3] Sartelli, Eduardo: La Plaza es nuestra, Ediciones RyR, Buenos Aires, 2007.
[4] Iñigo Carrera, Juan: Óp. Cit. – Gráfico 5.8
[5] Iñigo Carrera, Juan: Óp. Cit.
[6] Iñigo Carrera, Juan: Óp. Cit
[7] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.
[8] Arceo, Enrique: Argentina en la periferia próspera. Renta internacional, dominación oligárquica y modo de acumulación, UNQ, capítulo VII: “El fin del modo de acumulación”; pp. 343 a 385
[9] Iñigo Carrera, Juan: Óp. Cit.
[10] Díaz Alejandro, Carlos F.: Ensayos sobre la historia económica argentina, Amorrortu, Bs. As., 1975, capítulo 2: “La economía argentina posterior a 1930″, pp. 75 a 140
[11] Díaz Alejandro, Carlos F: Op. Cit.
[12] Basualdo, Eduardo: Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad, Siglo XXI, Buenos Aires 2006, capítulo 2.
[13] Arceo, Enrique: Op. Cit.
[14] Arceo, Enrique: Op. Cit.
[15] Díaz Alejandro, Carlos F: Op. Cit.
[16] Díaz Alejandro, Carlos F: Op. Cit.
[17] Basualdo, Eduardo: Op. Cit.
[18] Pablo Gerchunoff y Juan J. Llach: “Capitalismo industrial, desarrollo asociado y distribución del ingreso entre los dos gobiernos peronistas: 1950-1972″. en Desarrollo Económico Nº 57Vol. 15. abril-junio 1975
[19] Pablo Gerchunoff y Juan J. Llach: Op. Cit.
[20] Daniel Azpiazu, Carlos E. Bonvecchi, Miguel Khavisse y Mauricio Turkieh: “Acerca del desarrollo industrial argentino. Un comentario crítico (NyC)”en Desarrollo Económico Nº60 Vol. 15. enero-marzo 1976.

Yrigoyen y Peron - Clase obrera y democracia







Comparar la relación de la clase obrera y de sus organizaciones sindicales con el Estado bajo el Yrigoyenismo y bajo los dos primeros gobiernos peronistas implica analizar la relación de las mismas con el estado democrático burgués en dos momentos históricos concretos. Es decir la relación que estableció la clase obrera con la forma de dominación social que sostiene las relaciones sociales de producción en dos momentos diferentes de la lucha de clases diferenciados por un diferente momento del proceso de acumulación capitalista.

De manera que el problema alude a las diferentes forma que asume la sistema democrático burgués para hacer frente a los embates de la clase obrera en el marco de un sistema democrático formal que presupone el consenso, y una capacidad de coerción dependiente de la correlación de la lucha y el posicionamiento político de las diferentes clases sociales y fracciones de clase. Muy a pesar de que el funcionamiento ideal del estado burgués implicaría el encapsulamiento total de la lucha de clases la capacidad de generar un consenso, en base a la contradicción implícita entre las relaciones formales (de igualdad) y las concretas (de explotación) es infructuosa y el conflicto sale a la luz de una o de otra manera. El periodo yrigoyenista y el peronismo - mas exactamente el periodo de activación obrera que culmino en la semana trágica y el Congreso de la Productividad realizado hacia finales del segundo gobierno peronista- son dos momentos en que el conflicto puede ser visualizado en el desarrollo histórico concreto.

Hacia 1916 la burguesía argentina había ampliado la base política de dominación. La reforma electoral de 1912 permitió la incorporación al sistema político de las clases medias encarnado políticamente en el radicalismo y la figura de Yrigoyen. En este sentido debe entenderse el gobierno de Yrigoyen, en primera instancia, como el resultado de una crisis en el sistema de dominación burgués que significo la apertura del sistema político mas allá de la alta burguesía. Hacia 1910 el movimiento obrero e expande vigorosamente en el momento de pleno auge agro exportador, el nivel de concentración de capital cierra las vías de promoción social y las contradicciones de la democracia burguesa se vuelven más evidentes, en este marco sectores reformistas dentro de la burguesía llevan adelante la implementación de nuevas formas hegemónicas, que garanticen un mayor nivel de consenso[1]. En este contexto creemos debe ser interpretada la reforma electoral que permitió el acceso del radicalismo al poder, expresión de la pequeña burguesía urbana y rural que se moviliza para controlar el aparato de estado; siendo este un intento de “renovar el pacto desarrollista pero, (…) las condiciones en las que se produce el experimento político son diferentes: una clase obrera acrecida y con un poder de estructuración mucho mayor, una crisis mundial mucho mayor; el sector más pobre de la burguesía rural en graves problemas, producto del propio proceso de acumulación capitalista”.[2]
Sin embargo aunque la capacidad de generar consenso sin recurrir a la coerción del sistema dominación reformado fue limitada tuvo sus alcances, se debe destacar que “los efectos de la ‘democracia’ sobre el movimiento obrero son importantísimos: el socialismo, resucitado por la Ley Sáenz Peña, aparece como la única opción ‘política’, el anarquismo en retirada completamente descolocado por la ‘democracia’ y victima central de la represión del centenario; el sindicalismo ‘revolucionario’ autotransformado en sindicalismo ‘independiente’ apostando a una relación pacifica con el radicalismo”[3] . En este sentido la reforma electoral crea una forma de dominio social que permite la fractura de las fuerzas sociales anti sistémicas. Pero el ascenso del movimiento obrero que comienza con las huelgas de la FOM y la FORA IX en 1916 y 1917 organizado principalmente en su vertiente sindicalista pone en evidencia “que la ley Sáenz Peña y todo el programa de ‘nacionalización’ y ‘normalización’ han fracasado en su objetivo de máxima: diluir la conciencia de clase en la categoría ‘ciudadano argentino’. Ella se abre paso a través del tejido entramado para contenerla, no en virtud de ninguna ley metafísica sino como repuesta a las condicione de vida de la clase misma. La contradicción central del capitalismo, producción social y su apropiación privada, aflora sin respetar absolutamente nada”[4]. Otra interpretación caracteriza a pico de conflictividad que expresan los acontecimientos de la semana trágica más que en el desarrollo del sindicalismo en su escaza inserción en la clase obrera, argumentando que el desarrollo de la organización sindicalista tuvo como eje de sus acciones el crecimiento de la “entidad” y que el verdadero origen de las huelgas hay que situarlo en el incremento del costo de vida y en el hecho que solo 1/5 de los trabajadores se encontraba agremiado. En este entado sostiene que “la huelga puso de manifiesto el impulso obrero y su escaza estructuración institucional” lo cual facilito la represión y la “contramovilizacion”, mostrando significativamente “la neurosis de clase que experimentaron las clase altas y medias altas”[5].
En este sentido creemos que la semana trágica debe ser considerado un punto de inflexión en relación a la actitud estatal frente al movimiento obrero y el sistema de dominación muestra su costado abiertamente coercitivo mediante la represión directa mediante las fuerzas de seguridad o la “pasividad” frente el accionar represivo de organizaciones “civiles” que dio comienzo a la desarticulación del movimiento obrero organizado imponiendo su repliegue.

Hacia 1945 el sindicalismo se ha transformado nuevamente de una fuerza fragmentada en un movimiento de masas de proporciones nacionales. Su capacidad de movilización, proveniente de su solido arraigamiento en el mercado de laboral y su incorporación al sistema político, significó que se convirtiera en un factor político insoslayable[6], sin embargo esta movilización gestada por la clase obrera iba a ser “confiscada por la burguesía”.[7] El sindicalismo se incorpora al movimiento reformista que encarna el peronismo y, aunque no lo hace en situación absolutamente subordinada, pierde en gran medida el grado de autonomía de clase de su acción política. Si el sindicalismo peronista tuvo un mayor peso político en la escena política nacional que el “pre peronista”, este provino del mayor grado de receptibilidad a sus demandas por parte de las autoridades estatales, este hecho tuvo como contrapartida una penetración estatal en la estructura sindical que respondió a dos propósitos: configurar una nueva estructura de poder dentro de la misma (Centralizando la toma de decisiones y desplazando a gran parte de la antigua dirigencia) y la creación de una estructura jerárquica mas rígida.[8] De esta manera la clase obrera se transforma en la base social del peronismo, y este se transforma en su mejor opción política en el marco de la democracia burguesa; lo sindicatos son el principal eje de la campaña electoral de 1951en las que el peronismo triunfa holgadamente.
Sin embargo las contradicciones mismas del proceso de acumulación nacional llevarían a que el conflicto entre capital y trabajo salga a la luz por entre los intersticios del corsé político que lo sujetaba. Ante el agravamiento del cuadro económico en 1952 se plantea la necesidad de aumentar la productividad del proceso de trabajo y las autoridades exigen
La subordinación de los intereses sectoriales del movimiento obrero a las exigencias de la emergencia económica nacional.[9]
La gradual institucionalización de las relaciones laborales llevada adelante durante el peronismo condujo a que la disputa entre lo intereses contrapuestos e definiera en un ámbito (negociación en paritarias y organizaciones gubernamentales) en la cual la implicación directa de los obreros no ocupa un lugar central. De todas maneras la proliferación de los aumentos extraoficiales negociados por los delegados de fabrica, que luego deben ser aceptados por los sindicatos, mostrarían un cierto nivel de autonomía de la acción de la bases sindicales, que valió la crítica de Perón a las Comisiones internas y la sanción en 1953 de la Ley de Convenios colectivos de trabajo. Es este el contexto donde se debe ubicar la realización de Congreso Nacional de la Productividad en 1955, el objetivo del mismo era lograr algún tipo de conciliación entre los intereses contrapuestos de empresarios y trabajadores a los fines de elevar la productividad del proceso productivo, o dicho de otra manera: una ofensiva empresarial por aumentar la plusvalía extraída en el proceso productivo adquiriendo un mayor control sobre el mismo. Frente a esto urge la resistencia del movimiento sindical, en este sentido se puede afirmar que “el impacto de la emergencia económica sobre los trabajadores constituyo una ilustración tanto de la fuerza como de la debilidad del movimiento sindical envuelto en la experiencia peronista, el movimiento termino siendo un gigante impotente que no podía ser ignorado: si no logro definir los rumbos del gobierno, condiciono por lo menos sus márgenes de maniobra”[10]. En relación a esto Doyon destaca el papel activo de la bases en contraposición al conformismo de lo cuadro dirigentes, sin embargo el trabajo realizado por Kabat referido a los problemas de productividad en la industria del calzado en el marco del CNP, algunos de los cuales son comunes a toda la rama de la producción como el ausentismo, el papel de las comisiones internas, la implementación del trabajo a destajo; se destaca que no existe ruptura entre el sindicato y u bases, y que la relación de fuerza favorable a la clase obrera no urgen solo de la fábrica, sino del peo político que lo trabajadores poseen en la sociedad
En este sentido el fracaso en u objetivos del CNP debe ser interpretado como el fracaso de intentar reconciliar lo irreconciliable: “En definitiva: el Acuerdo Nacional de la Productividad sustancio el consenso de lo irreconciliable, las limitaciones y ambigüedades de los puntos acordados, la omisión forzada de la problemáticas claves y, principalmente, la inviabilidad practica de lo resuelto, no hicieron más que expresar los ejes de las contradicciones entre capital y trabajo en una coyuntura histórica signada por la crisis de un modelo de acumulación” [11] en tal sentido se puede sostener que las discusiones llevadas a delante durante el congreso “no hicieron más que conformar un espacio institucional donde se expresaron los elemento centrales de la lucha de clases en una coyuntura particular del la historia argentina”. [12] De esta manera quedo manifestado el límite de accionar del peronismo en el momento en que se vio obligado a avanzar sobre su propia base política urgido por las necesidades del proceso de acumulación[13], de hecho las políticas económicas de los gobierno posteriores al peronismo lograron avanzar sobre las conquistas de la clase obrera pero fue necesaria una dosis cada vez mayor de coerción y violencia, la cual llego a u pico máximo durante la dictadura militar de 1976-1983.
[1] Sartelli, Eduardo: “Celeste, Blanco y Rojo. Democracia, nacionalismo y clase obrera en la crisis hegemónica (1912-1922)”, en Razón y Revolución, n° 2, Buenos Aires, primavera de 1996

[2] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.
[3] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit
[4] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit
[5] Rock, David El Radicalismo argentino 1890-1930. Buenos Aires. Ediciones Amorrortu. 1977, caps. seleccionados.
[6] Doyon, Louise: Perón y los trabajadores. Los orígenes del sindicalismo peronista, 1943-1955, cap. 11.
[7] Sartelli, Eduardo: Óp. Cit.

[8] Doyon, Louise: Op. Cit.
[9] Doyon, Louise: Op. Cit.
[10] Doyon, Louise: Op. Cit.
[11] Bitrán, Rafael: El Congreso de la productividad: la reconversión económica durante el segundo gobierno peronista. Buenos Aires: El Bloque, 1994, cap. 6 y conclusiones
[12] Bitrán, Rafael: Op. Cit.
[13] “La perdida de base material de maniobra del país y del peronismo resto a este la posibilidad de continuar con su política, y fue la que condujo, en ultima instancia a su caída” – Frondizi, S. En Ghioldi, Rodolfo, Silvio Frondizi y Rodolfo Puiggrós: “La línea sinuosa. Miradas sobre el peronismo entre la caída y el retorno”, en Razón y Revolución n° 3, invierno de 1997

La lucha de clases en Argentina 1967-1976











La huelga general de carácter insurreccional ocurrida en mayo de 1969 conocida como Cordobazo (y su posterior extensión a otras ciudades) significó la apertura de un periodo histórico signado por la irrupción de la política obrera en la calles mediante su intervención directa en la política. En este sentido se puede sostener que implicó la apertura de un proceso revolucionario entendido este como una “etapa de la vida social en la cual se ha quebrado la hegemonía burguesa” en la cual la misma burguesía no encuentra forma de recomponer la misma[1].
Durante el periodo que va de mayo de 1969 a marzo de 1976 el proceso de lucha de clases llegó a un nivel de agudización elevado poniendo en entredicho el proyecto económico y político llevado adelante por la gran burguesía, en este sentido el aumento de la conflictividad social debe ser entendido como el resultado de un proceso de 10 ó 15 años de reestructuración de los sectores industriales de punta implementado por los capitales más concentrado de la economía argentina[2]. Frente a este avance de la clase obrera la gran burguesía se vio obligada a ceder la iniciativa política a la alianza reformista, integrada por los sectores más débiles de la burguesía nacional y una fracción mayoritaria de la clase obrera, encarnada políticamente en el peronismo. Paralelamente dentro de la clase obrera se desarrolló una fracción de tendencia revolucionaria que con todas sus limitaciones, objetivas y subjetivas, adquirió gran importancia sobre todo en el periodo comprendido entre 1969 y 1973. En este sentido se puede sostener que de 1969 a 1973 la argentina experimento un proceso revolucionario, debido a la situación abierta a causa de la crisis interna de la burguesía que se expresa en una crisis de su sistema de dominación, sin embargo la disputa directa del poder político por la tendencia revolucionaria se vio bloqueada por limitaciones propias de las fuerzas revolucionarias así como por las condiciones concretas en las cuales las mismas operaron.
Para comprender las características y la dinámica del conflicto intraburgues el análisis propuesto por O’Donell[3] es útil al explicar las contradicciones entre los intereses de las distintas fracciones de la burguesía. Según el mismo las características del modo de acumulación de capital argentino llevan a una superposición entre bienes exportables – alimentos – bienes salario la cual implicó una alianza entre buena parte de las fracciones débiles de la burguesía urbana y el sector popular, alrededor de la defensa del mercado interno contra los efectos recesivos del alza de precios de los productos exportables; a causa de una reducción de la demanda efectiva, la movilización del sector popular en defensa del nivel de ingresos y consumo internos que realimento su capacidad de organización, un corte horizontal en la burguesía urbana entre la fracción oligopólica y las más débiles y un clivaje interburgues resultado de diferentes intereses económicos de corto plazo entre burguesía urbana y pampeana. De esta manera la alianza entre la gran burguesía urbana y la burguesía pampeana, cuyo objeto seria “modernizar” el capitalismo argentino, se vio bloqueada por el surgimiento de una alianza reformista, integrada por fracciones débiles de la burguesía y la clase obrera, de carácter defensivo frente a la ofensiva de la gran burguesía, que postuló una vía “nacionalista” y “socialmente justa”, pasando por alto la condición ya profundamente oligopolica e internacionalizada del capitalismo del cual eran el componente más débil, de esta manera según el autor su triunfo se agotaba en sí mismo al no generar un sistema alternativo de acumulación y preparar el camino para una nueva crisis económica vía crisis de balanza de pagos y comercial e inflación.
Sin embargo el análisis no es suficiente para explicar el proceso que va de 1969-1976 ya que no explica el surgimiento de la tendencia revolucionaria dentro de la clase obrera en el periodo como alternativa a la alianza reformista. Trataremos de analizar el surgimiento de esta tendencia y las falencias que implicaron el fracaso en la consecución de sus objetivos. En primer lugar se debe tener en cuenta que la tendencia revolucionaria se desarrollo, a pesar de su importancia relativa, en una fracción minoritaria y débil de la clase obrera careciendo de fuerza suficiente para hegemonizar al conjunto de la clase, sin embargo su existencia es prueba de la naturaleza revolucionaria del periodo[4]. Por otra parte la misma se encontraba extremadamente dividida en términos políticos lo cual se reflejó en una variedad de estrategias, dispersión que explica en gran parte la derrota de las fuerzas revolucionarias y plantea una falencia fundamental del mismo: la incapacidad de implementar una unidad de acción mediante la formación de un partido revolucionario. En relación con esto es fundamental analizar la acción llevada adelante por la pequeña burguesía frente al estado de desarrollo de la lucha de clases, dado que en la formación de un partido revolucionario su intervención tiene un peso central[5]. La misma experimentó un proceso de radicalización desde fines de la década de 1950 que coincidió con el reflujo de las acciones de la clase obrera adoptando estrategias guerrilleras, basadas en los ejemplos de las revoluciones cubana y china, que la alejan de la clase obrera y retardan y/o bloquean la conformación de un partido revolucionario[6]. Este aspecto es fundamental ya que implicó una falta de conciencia plena acerca del momento de la lucha de clases sobre el cual se estaba operando; en este sentido se puede sostener que se aplicó una estrategia militar antes de realizar las tareas políticas necesarias para crear una situación revolucionaria o dicho de otra manera “el desarrollar las organizaciones guerrilleras antes que naciera el partido de la clase fue un grave error estratégico, comparable a poner el carro antes del caballo. La revolución no es un problema militar, es un problema político con consecuencias militares”[7].
Dentro de los grupos guerrilleros el PRT-ERP fue el único que adquirió un rol dirigente en una parte importante de la fracción obrera revolucionaria que llevo adelante una política independiente de clase, sin embargo su error fue estratégico al supeditar la acción política de la acción militar[8]. En su trabajo acerca del mismo Pozo sostiene en cambio que “la guerrilla en argentina fue un producto del proceso histórico argentino y surgió estrechamente ligada al proceso social (…) y se desarrollo en contacto con los trabajadores y los sectores más pobres de la sociedad argentina” [9], agregando que fue el PRT-ERP la única organización que diferencio entre guerrilla y organización política planteando la combinación de múltiples formas de lucha para la toma del poder, entre las cuales la armada era la fundamental. Sin embargo recalca como debilidades de la organización que en lo concreto lo militar tendió a autonomizarse y por lo tanto llego a ser contradictorio con la acción política y “la política pocas veces guió al fusil” y una marcada tendencia “anti intelectual” que eliminaba toda posibilidad de críticas o replanteamientos políticos. La acción llevada adelante por el PRT- ERP en diciembre de 1975 el ataque al Batallón de Arsenales "Domingo Viejobueno", próximo a la localidad bonaerense de Monte Chingolo, puso de manifiesto la limitaciones de la estrategia guerrillera en relación con estado de desarrollo de la lucha de clases imperante en ese momento histórico, y plantea la cuestión: ¿hasta qué punto una organización de civiles armados puede enfrentar a un estado y un ejército no quebrado políticamente?[10] En términos estrictamente militares la acción -la mayor llevada a cabo por una organización guerrillera- se encontraba condenada al fracaso[11], pero además resulta difícil explicar la lógica política de la acción.
En otro orden de cosas el rol que cumple la figura política de Perón –sujeto político en el cual se expresa la alianza reformista- es fundamental para comprender la dinámica del periodo. En primer lugar se debe destacar que la clase obrera argentina llega al proceso que se abre en 1969 marcada por una influencia muy profunda de la políticas reformistas llevadas adelante por el peronismo que hasta ese momento se habían manifestado eficaces[12], esto resulto en una posición marginal de la posiciones de izquierda dentro de la misma. Por otra parte la táctica política que llevó adelante Perón desde el exilio, impulsando las acciones de las organizaciones armadas, principalmente de la izquierda peronista tuvo un doble efecto, por un lado minar la estabilidad del régimen político militar a tal punto de que a la gran burguesía no le quedó otra alternativa que apelar a una apertura democrática levantando la proscripción del peronismo, recurriendo a la figura de Perón como único referente político que podía poner freno al conflicto social renovando las ilusiones en el reformismo, y por otra parte propiciar el “entrismo” de sectores de la izquierda en el peronismo. Una vez instalado en el poder Perón se propone desarticular el ala izquierda del movimiento, situación que se pone de manifiesto en durante la misma llegada del general al país en la masacre de Ezeiza. Esto nos pone frente a una cuestión central para comprender el resultado del proceso iniciado en 1969 que se relaciona con el nivel de conciencia acerca del mismo que tienen los diferentes bandos enfrentados. En este sentido se puede sostener que si la gran burguesía comprendió a tiempo que ha llegado el momento de dar un paso al costado para no tensar mas la conflictividad social, reagrupar fuerzas y accionar en pos del fracaso económico del proyecto reformista y la alianza reformista intenta agudizar esa misma tensión en beneficio propio, apostando al fracaso político de la gran burguesía, la fracción obrera de tendencia revolucionaria, en términos generales, no tiene plena conciencia de la dirección que está tomando el proceso. Inclusive luego de los acontecimientos de Ezeiza se elabora la teoría del cerco que intenta explicar la estrategia política de Perón a partir de la influencia de entorno. Sin embargo la posición de Perón fue muy clara al apoyar al ala derecha del peronismo y favorecer las acciones represivas contra la izquierda de fuerzas paraestatales. Finalmente en el momento en que el proyecto de la alianza reformista fracasa, ya luego de la muerte de Perón, las fuerzas de la reacción se encontraban reagrupadas como para lanzar una nueva ofensiva y, a pesar del intento de resistencia de una clase obrera ya en posición defensiva, y capacitadas para implementar u proyecto mediante una dictadura militar, posible debido a la derrota de las fuerzas revolucionarias, sostenida por una política represiva de carácter genocida.
[1] Sartelli, Eduardo: La Plaza es nuestra, Ediciones ryr, 2007
[2] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.
[3] O´ Donnell, G.: “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976” en Desarrollo Económico, Nº 64, Vol. 16, enero-marzo, 1977.

[4] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.
[5] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.
[6] A modo de ejemplo es interesante la descripción del tipo de acción llevado adelante por las FAL analizado en Grenat, Stella: Una espada sin cabeza. Las FAL y la construcción del partido revolucionario en los ’70, Ediciones ryr, Bs. As., 2008,
[7] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.
[8] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.
[9] Pozzi, Pablo: Por las sendas argentinas… El PRT-ERP. La guerrilla marxista, Eudeba, Bs. As., 2001. p. 9-42 y 129-165.
[10] Grenat, Stella: “El arrebato. Reseña crítica de: Monte Chingolo: la mayor batalla de la guerrilla argentina, de Gustavo Plis Sterenberg, Editorial Planeta, Bs. As. 2003”, en Razón y Revolución, N° 17, Bs. As., Segundo Semestre de 2007. p. 129-135.
[11] Además de estar “cantada”, la correlación de fuerzas era extremadamente despareja: 81 guerrilleros con armamento defectuoso frente a una movilización de las fuerzas represivas de más de 5000 efectivos
[12] Sartelli, Eduardo: Op. Cit.

Nota sobre la revolción Mexicana











1.Introducción

La idea del presente trabajo es situar la revolución mexicana dentro del proceso histórico general que la contiene, partiendo del análisis de Hobsbawm que propone contextualizar los procesos revolucionarios particulares en los periodos históricos en los cuales dichos procesos se insertan. Para ello se utilizaran las categorías de macro fenómeno de la transformación histórica entendido como periodo de revolución social en el cual “las fuerzas productivas de la sociedad entran en conflicto con las relaciones existentes de producción” y la de micro fenómeno revolucionario en tanto quiebre que implica transformaciones drásticas de los sistemas[1]. Siguiendo esta línea se analizara el caso mexicano intentando identificar los factores que se conjugan para generar el episodio revolucionario que comienza en 1910 en el contexto histórico general de la expansión capitalista de fines del siglo XIX y la conformación de economías capitalistas de tipo dependiente en las sociedades de América latina.

2-El contexto de la revolucion Mexicana

El proceso de la consolidación del sistema capitalista en México se produjo en el marco de una modernización económica dependiente de los países centrales luego de mediados del siglo XIX. El mismo se caracteriza por la afluencia de capitales extranjeros volcados a la creación de una infraestructura (FF. CC., Comunicaciones, etc.) y un sistema financiero acorde con los intereses externos y del sector dominante local vinculado a las actividades agraria y minera de exportación.
La manifestación política de este proceso fue el régimen de Porfirio Díaz que posibilitó mediante sus políticas de estado la consolidación de este proceso. El porfiriato, basándose en una combinación de políticas represivas y la conciliación en el poder de los intereses del sector tradicional con el sector modernizante, brindó marco político a este proceso. Fue “bajo su aparente inmovilidad política la forma especifica que adoptó en México el periodo de expansión del capitalismo en el mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX, en el cual se formó y se afirmó su fase imperialista y monopolista.”[2] Dentro del bloque dominante el proceso de modernización fue sostenido y argumentado ideológicamente por el sector intelectual denominado “los científicos”, que sostenían la idea de progreso asimilándola a la de industrialización y veían a la inversión extranjera como el único medio para que México dejara atrás su “pasado feudal”. El fracaso de este proyecto era ya visible hacia principios del siglo XX ya que las inversiones extranjeras se concentraron en su inmensa mayoría en los sectores tradicionales de la economía vinculados a los mercados externos.
La incorporación en una posición subordinada al mercado mundial y las formas que adquirió el proceso de modernización en México implicaron una serie de transformaciones en la sociedad que generaron diferentes tensiones que atravesaban la sociedad y se fueron acumulando durante el periodo. En primer término el proceso de transformación implicó que se acentuaran las contradicciones en el interior del bloque dominante. Los sectores menos ligados a las actividades económicas tradicionales buscaban “una transformación en los métodos de dominación del Estado para acordarlos con las transformaciones económicas sufridas por el país”[3]. Este conflicto “es producto del nivel de desarrollo capitalista favorecido y organizado por el estado porfiriano, tomó la forma de política de la crisis ínter burguesa que opuso al maderismo, como movimiento nacional, al régimen de Porfirio Díaz”.[4] Por otro lado el proceso de vinculación de México con el mercado internacional se baso en la súper explotación de las masas campesinas. El proceso de expropiación de las comunidades indígenas y los pequeños propietarios mediante el decreto de colonización de terrenos baldíos (1883) y la creación de compañías deslindadoras condujo a una enorme concentración de la tierra en manos de una clase terrateniente latifundista y generó una fuerte resistencia en la clase campesina. En otro orden de cosas el desarrollo urbano y el crecimiento de los sectores medios, al no estar basado en un proceso de industrialización, generaron un una progresiva pauperización de los mismos ya que existía un desfasaje entre su crecimiento y su real capacidad de inserción en el sistema productivo. Esto se tradujo en un aumento del resentimiento contra los grupos sociales que usufructuaban el poder político. Por último estaba tomando forma un incipiente desarrollo sindical obrero que, aunque de forma dispersa y aislada, daba sus primeros signos de resistencia y comenzaba a plantear el problema de la “cuestión obrera” en la sociedad.
Ahora bien, si es necesario contextualizar la revolución mexicana en el macro fenómeno de la transformación histórica en la cual esta inmersa, esto no es suficiente para explicarlo. Si bien el macro proceso implicó que se generen ciertas tensiones en la sociedad Mexicana, este no determinó la forma que adoptó la resolución de los mismos.[5] Se hace necesario entonces analizar qué factores hicieron que en el caso mexicano las tensiones y conflictos acumulados en este periodo condujeran a un estallido revolucionario. Se puede argumentar que esta explicación es de carácter cuantitativo, es decir, que el nivel de tensiones en México llegó a un punto tal que hizo inevitable el fenómeno revolucionario a diferencia de otros países de Latinoamérica donde las tensiones fueron menores. No es la postura que se intenta sostener en este trabajo; se tratará en cambio de identificar algunos factores del desarrollo histórico concreto de la sociedad mexicana que llevaron a que el conflicto social diera lugar a un proceso revolucionario de un dinamismo extraordinario que se extendió por diez años.

3- La revolucion

La manifestación política del conflicto en la clase dirigente toma forma a partir del surgimiento de la figura de Madero, en cuya propuesta política existen diferentes elementos de ruptura con el orden vigente. En primer lugar desconoce el monopolio político ejercido por Díaz al llamar a la conformación de un partido político y en segundo lugar el llamado a elecciones libres sin posibilidad de reelección. Sin entrar en los detalles de los acontecimientos puntuales diremos solamente que el gobierno respondió con la represión y encarcelando a Madero luego de erigirse este como candidato a presidente por el Partido anti-reeleccionista para las elecciones de Junio de 1910. De esta manera se radicaliza la posición de Madero (en torno al cual habían cerrado filas los diversos sectores de la oposición a Díaz) que “al serle negadas (...) las posibilidades de convertirse en opositor, no le queda otra alternativa que convertirse en revolucionario”[6]. El llamado a la insurrección se produce mediante la proclamación del Plan de San Luis el 3 de octubre de 1910. La necesidad de Madero de recurrir a las masas campesinas para llevar adelante la insurrección lo lleva a incluir sus reivindicaciones. Esto “significaba, ni más ni menos, que la incorporación de las masas agrarias a una revolución que hasta el momento solo tenía un sentido político. A partir de ahí, la revolución tendría una calidad nueva, pues la lucha no estaría centrada en el derrocamiento o continuación de un gobierno, sino también en el problema de la tierra, lo que para un país como México significaba el establecimiento de un orden social nuevo”[7]. La incorporación de las masas campesinas a la insurrección maderista le imprime una nueva dinámica, en tanto la lucha de los campesinos persigue objetivos diferentes e inclusive opuestos a los de los sectores burgueses. En realidad debería decirse que las masas no son incorporadas al proceso revolucionario sino que irrumpen en la escena “fuera de la estructura de la dominación estatal y contra ella” [8] alterando y transformando desde abajo las relaciones sociales del país. Esta actividad “tiene un motor central: la revolucion se presenta como una gigantesca guerra campesina por la tierra, que llevada por su propia dinamica pone en cuestion el poder de la estrcuctura del Estado, controlado hasta entonces por un bloque de poder en el cual la hegemonia indiscutible la detentaban los terratenientes”.[9]
Entre los ejércitos revolucionarios campesinos es el de Emiliano zapata el que sitúa en una posición absolutamente independiente y autónoma con respecto de todas las fracciones de la burguesía durante todo el proceso, y es el foco que mantiene constantemente en marcha la revolución haciendo saltar todos los intentos de acuerdo entre las fracciones de la burguesía. La independencia programática y organizativa del zapatismo ( plasmada en el Plan de Ayala) es lo que le brinda el carácter verdaderamente revolucionario a sus acciones.
En este sentido puede decirse que la revolución política burguesa se desarrolla combinada con una revolución campesina, que tiene un origen anterior y una lógica propia, que la supera y que cuestiona al mismo Estado burgués. La clave de esta autonomía no hay que buscarla en el hecho de posea una dirección política, un programa o las armas para enfrentarse al poder estatal; sino que reside en el hecho de que “tengan una organización independiente a traves de la cual puedan expresar las conclusiones de su pensamiento colectivo y ejercer su autonomia”[10]. Esta forma de organización independiente eran los pueblos, antiguos Organos delas comunidades campesinas del Sur, ámbito donde durante cientos de años habían organizado la resistencia contra el arrebato de sus tierras y la destrucción de sus comunidades.

4-Sintesis y consideraciones finales

Llegado ese punto del análisis es factible realizar una síntesis de lo expuesto que permita dar cuenta de los objetivos propuestos en la introducción. En primer lugar se puede sostener que los cambios estructurales que experimento la sociedad mexicana forman parte de un macrofenomeno historico del cual formaron parte otras sociedades latinoamericanas en el periodo en cuestion, asimismo estas tranformaciones estructurales determinaron, tanto en el caso de México como en el de las otras sociedades latinoamericanas, una serie de tensiones y conflictos entre diferentes grupos sociales. Estas tensiones tuvieron diferente resolución en cada una de las sociedades signdas por la transformación. Estas diferentes resoluciones fueron determinadas por el desarrollo historico de cada una de las sociedaes afectadas por el proceso, y las acciones de los diferentes grupos sociales determinadas tambien por su desarrollo historico particular. En el caso de México las tensiones en el interior del grupo dominante y llevaron a una fisura dentro del mismo que no pudo ser resuelta institucionalmente y el sector disidente tuvo que recurrir a la insurreccion apoyándose en los sectores populares campesinos. Este hecho se conjugo con la existencia de un sector del campesinado que poseia una intereses propios ( la restitucion de las tierras de sus comunidades), una lucha de resistencia independiente y anterior en el tiempo y formas de organización propias. Como resultado la revolucion política burguesa se combino con una una revolucion campesina que tuvo un carácter autónomo con respecto a la primera y llego a cuestionar, al menos durante el tiempo que duro el proceso revolucionario, las instituciones y las relaciones de propiedad de la sociedad burguesa.

[1] Hobsbawm, E. “la Revolucion”, en Roy Porter ( ed.), La revolucion en la historia, Critica, Barcelona,1990
[2] Gilly, A. “ La guerra de clases en la revolucion mexicana” en AA.VV. interpretaciones de la revolucion mexicana, UNAM-Nueva imagen, México, 1980

[3] Gilly Ob. Cit.
[4] Gilly Ob. Cit.

[5] Hbs

[6] Mires, F. La revolucion permanente, Siglo XXI, México, 1988
[7] Mires Ob. Cit.
[8] Gilly Ob. Cit.
[9] Gilly Ob. Cit

[10] Gilly Ob. Cit.

Las prácticas políticas en Argenitina 1862-1890

En relacion a la cuestión de las formas de organización y acción política en la Argentina durante el periodo transcurrido entre 1862 y 1890, la lectura de la bibliografía seleccionada aporta diferentes miradas acerca de la misma. Las diferencias se hallan tanto al nivel interpretativo y conceptual, como en los aspectos de la cuestión en la que los diferentes trabajos centran su análisis. La idea del presente trabajo es realizar un análisis de los diferentes aspectos de la cuestión tratados por los autores tomando en cuenta las posiciones encontradas, o las coincidencias, cuando diferentes autores se refieren a un mismo tema, así como las especificidades aportadas por algunos de los autores a la la cuestión.

Los Partidos políticos – características (1860-1880)

El carácter de las agrupaciones políticas surgidas durante el periodo en Buenos Aires - el Partido Nacionalista liderado por Mitre y el Partido Autonomista liderado por Alsina, ambos producto de la escisión del Partido Liberal- es uno de los puntos acerca de los cuales giran las argumentaciones de diferentes autores. En la visión de Romero “ En el periodo comprendido entre 1862 y 1880, la dirección del país permaneció en manos del grupo liberal, sin que influencias extrañas llegaran a modificar su concepción política (...) se propusieron llevar a cabo el vasto programa que había sido preparado en los años de dictadura (...) llevaron al triunfo los ideales fielmente arraigados en su animo: el de la afirmación de la unidad nacional y el de la afirmación de la política de principios” [1]. Agregando que las diferencias internas y los conflictos del periodo son solo atribuibles a meras diferencias entre personas o grupos, que no sino variantes del “ viejo liberalismo de la proscripción” [2]. Sin embargo, otros autores realizan un análisis diferente de la situación sosteniendo una visión más conflictiva cerca de la relacion entre los dos grupos políticos, aunque no coinciden en el diagnostico acerca de los, motivos que dan lugar a dicha conflictividad. En el análisis de Puigross las diferencias entre los partidos residían en las diferentes posiciones acerca de los derechos de la Provincia de Buenos Aires sobre el puerto único y en consecuencia sobre las provincias atribuyéndole al Partido Autonomista la representación de la burguesía terrateniente bonaerense[3]. En contrapartida Chiaramonte acentúa el carácter faccioso de ambos partidos sosteniendo que en realidad una “ Mera disputa del poder, por motivos de prestigio personal y usufructo material del mismo”[4] era lo que lo dinamizaba el conflicto. No obstante los dos autores coinciden al afirmar en el carácter pre-moderno de los partidos políticos, aunque por diferentes motivos: Mientras que para Puigross “ Los partidos políticos propios del orden social capitalista, con las modalidades especificas del capitalismo en un país cuyo auto desarrollo se vio deformado por la interferencia del capital extranjero, no se delinearon en la Argentina hasta después de la revolución del 90”[5], para Chiaramonte “ El sistema de partidos políticos modernos (...) excedía las condiciones de la sociedad argentina de la época; y, ademas las diferencias de la burguesia no eran, a comienzos del periodo, lo suficientemente fuertes como para sostener fuerzas políticas distintas (...)”[6]. Según halperin luego de la escisión liberal la vida política de buenos aires “ Seria cada vez mas protagonizada por dos maquinas electorales (...) cuyas razones de rivalidad interesan sobre todo a ellas mismas y a quienes las dirigen y usufructúan sus victorias”[7]. Y aunque reconoce que, en un principio, las diferencias entre los dos grupos giraron en torno a la nacionalización de Buenos Aires, sostiene que luego éste perdió centralidad dando lugar a un enfrentamiento de tipo faccioso.
Es en este periodo donde va tomando forma a nivel nacional la liga del interior, ámbito donde los sectores influyentes del interior, operaron políticamente junto al Alsinismo logrando desplazar del centro de la escena política al sector mitrista, y llevando a la presidencia a Sarmiento y, mas tarde, a Avellaneda.


Estructuras partidarias, elecciones y otras formas de practicas políticas

Es a partir de este punto que el trabajo de H. Sabato analiza la vida política del periodo en Buenos Aires. Si en el análisis de Halperin la misma queda limitada a una lucha entre aparatos políticos en el marco de los comicios, la propuesta de la autora es analizar de que manera funcionaban los mismos, como era su estructura material, quienes participaban de la misma y en los actos comiciales; y cual era el papel de la opinión publica. En este sentido arriba a la conclusión de que “ Los partidos políticos se decían Partidos de principios alejados del personalismo que identificaba las facciones (...)Mientras los partidos se movían en ese plano que los mantenía teóricamente por encima de la lucha por las candidaturas, en su propio seno operaba una institución que desplegaba su actividad precisamente en ese terreno: el club político”[8]
Estos clubes a pesar de originarse como organizaciones electorales constituían formas de agregación más permanentes que traducían alineamientos diversos dentro de los propios partidos. “Así cuando se produjo la escisión interna más duradera y profunda dentro del partido de la libertad. Esta comenzó con la formación de clubes antagónicos”[9]
Esto se ve con claridad en el seguimiento del grupo de políticos, realizado por Barba[10], que luego de conformar distintos clubes políticos ( “Igualdad”, “25 de Mayo”) dentro del Alsinismo culminaron formando el Partido Republicano. En este punto es interesante retomar el análisis acerca no ya del aspecto organizativo de los partidos si, no del carácter de los mismos en virtud del lugar que le asignan a este grupo disidente del alsinismo algunos de los autores. En su trabajo Barba analiza el surgimiento desarrollo y fracaso de un proyecto materializado en el “Partido Republicano, formado por un grupo progresista perteneciente a la burguesía bonaerense, desglosado del autonomismo, que en su postura se puso en contradicción con los componentes de su partido originario, los poderosos estancieros de Buenos Aires”[11], en este sentido el autor atribuye un carácter de clase determinado de clase al Partido autonomista – Como también sostiene Puigross según se vio mas arriba-, por otra parte sostiene que“ (...) es en la segunda mitad de 1878 cuando podemos afirmar, que se produce la frustración del grupo democrático y reformista que había actuado bajo un mismo plan político, absorbido por las antiguas fuerzas políticas (...)”. En cambio, Chiaramonte difiere en su análisis, su diferencia proviene del carácter faccioso que le atribuye a la política de la época, que son a su vez reflejo del desarrollo de las fuerzas sociales. Al referirse a la cuestión argumenta que “ el desarrollo del grupo fundador del partido republicano revela, por su fracaso final, la debilidad de las fuerzas sociales que podían haber llevado a constituir un partido político orgánico”.[12]
En lo referido a la naturaleza de las elecciones, siguiendo el análisis de Sabato, las mismas cumplían un rol legitimador. El voto era ejercido colectivamente y participaba una ínfima porción de los sectores subalternos en carácter de miembros subordinados de una maquinaria electoral que dirimía los conflictos político facciosos dentro de la elite dominante. A través de la movilización de estos contingentes de votantes, el control de los padrones, distintas formas de fraude, y el ejercicio de cierta dosis de violencia las facciones en pugna se disputaban los cargos. De esta manera la escasa participación electoral no debe suponer una apatía política de la población de hecho la misma genero distintos medios de intervención política para canalizar sus inquietudes y reclamos frente al estado. En este sentido destaca la proliferación de las actividades asociativas.
Las distintas organizaciones asociativas se caracterizaban por estar conformadas por individuos formalmente iguales entre sí que establecían vínculos contractuales en pos de un objetivo compartido, las mismas eran consideradas por el Estado como interlocutores validos en él dialogo político y podían estar basadas en afinidades d carácter étnico o de ocupación[13]. Estas asociaciones eran también generadoras de otra forma de intervención política para la cual la población era materia dispuesta: las movilizaciones. Las mismas eran una forma de manifestar opinión, presionar por sus intereses o expresar el rechazo o adhesión a una causa. En esta primera etapa no tienen un carácter disidente frente a la autoridad y se realizan por lo general en un clima “civilizado” en un contraste con las practicas electorales que no pasa desapercibido por los contemporáneos, pero, por otro lado, estas manifestaciones no dejan de expresar cierta tensión social mediante la presión el rechazo y cierta resistencia a determinadas políticas estatales.
Es un análisis parecido pero referido a las características del sistema político Santafesino llevado adelante por Cragnolino llega a conclusiones similares. Partiendo del estudio de las formas en que se institucionalizaron los mecanismos que garantizaban a los sectores de poder el dominio efectivo del mismo, la construcción de un aparato estatal cada vez más complejo que les permitió establecer su legitimidad y les aseguró cierto consenso a traves de formas electorales. En este contexto la maquinaria electoral, basada en el fraude, el control del empadronamiento, y el ejercicio de la violencia en el acto electoral y el clientelismo generaron una actitud abstencionista de la oposición estrechamente vinculada con las características del acto electoral. Según la autora después de Caseros, dos facciones políticas, autonomistas y liberales se disputan el poder en la provincia resultando demasiado pretencioso calificar como partidos políticos a estas agrupaciones que se reunían en torno a personalidades fuertes, y en las cuales los vínculos de poder representan un papel importante[14] . Estas facciones estaban organizadas, como describió sabato para el caso de Buenos Aires, en clubes políticos. Pero en el caso santafesino Cragnolino destaca su carácter meramente eleccionario y faccioso, así como la presencia de Personajes que ocupan simultáneamente las principales funciones gubernativas. Concentración de poder que tiene como objeto el control político y social. A partir del estudio de la legislación y practicas electorales de los sectores incorporados tradicionalmente a la política Cragnolino detecta otras formas no electorales de participación política, concluyendo que “es en el nivel municipal donde aparecen las diferencias más significativas sobre la cuestión electoral y el ejercicio del poder político ( aquí) la participación de los extranjeros en esta instancia altera los mecanismos electorales y las formas de gobierno” [15], sostiene la autora. Es en este ámbito donde el “funcionamiento de asambleas que proclaman candidatos, remueven los miembros de los consejos municipales, dictan sus reglamentos, hasta la gran profusión (...) de petitorios, notas al poder ejecutivo provincial, entrevistas, pedidos y reclamos, podemos constatar una activa vida política en esta sociedad rural que se esta construyendo” [16]. En este sentido para la autora “la cuestión del poder aparece como la forma de presión, de disputa o de lucha, en el espacio local sin que ello implique teorizacion sobre el mismo”[17]

Los cambios a partir de 1880

A partir de 1880, luego de la federalización de Buenos Aires, las practicas políticas experimenta un cambio en relacion con el periodo anterior. El poder del estado nacional; finalmente unificado luego de la derrota de Buenos Aires, se convirtió en el centro de la vida política Nacional, y fue hegemonizado por el Partido Autonomista Nacional, que, si, según Romero; hasta la presidencia de Avellaneda fue una variante del viejo liberalismo de la proscripción,“muy otra cosa debía ser luego, cuando se convirtiera en el resorte de mecanismo político dirigido desde la casa de gobierno, destinado a asegurar a la aristocracia transformada en oligarquía el beneficio de los privilegios que la ola de enriquecimiento traía a quienes monopolizaban el poder”[18]: Halperin en un sentido similar refiere a las opiniones de ciertos intelectuales de la época que vienen en suma a denunciar la “independencia de la clase política que ha unido su destino al del Estado, ha ganado gracias a la fuerza militar y la manipulación de las instituciones representativas frente al resto de las elites argentinas”[19] En el análisis de Puigross “ La paz política reino durante la presidencia de Roca (...) las dos grandes fuerzas que polarizaron la política argentina (...) se debilitaron y descompusieron ante el empuje del partido único, el partido oficial, que dirigía Roca desde la casa de gobierno.” Al que define como “el partido de los gobernadores, convertidos en piezas de ajedrez manejadas hábilmente por el jefe de estado”[20]. Los acontecimientos de 1880 significaron el acta de defunción de los partidos políticos existentes entre 1860 y 1880 y si Roca y Juárez celman pudieron enterrarlos fue – en el análisis de Puigross- “gracias a los cambios sociales que se produjeron en las bases internas de desarrollo”, Pero agrega que “tanto la política de enajenación de las riquezas nacionales y de enriquecimiento de una minoría oligárquica (...) tenían que engendrar los elementos de su propia negación”[21]. A lo que alude Puigross, en base a conceptos dialéctico-materialistas, es al surgimiento de la Union Cívica y la revolución de 1890.
Acerca del hecho de que, aproximadamente a partir de 1880, Emerge un nuevo cúmulo de practicas políticas parece haber un acuerdo entre los autores. El trabajo de N. Botana centra su análisis en el estudio del funcionamiento del mismo, intentando comprender la “manera como los actores implantaron un principio de legitimidad, pusieron en marcha un sistema de dominación, lo conservaron, lo defendieron y hasta lo reformaron”[22] definiendo a este como un “fenómeno de control (que) circuló por los vericuetos del sistema federal, se concentro, sobre todo, en la producción del sufragio mediante el fraude y resistió a pie firme la impugnación revolucionaria de la década del noventa”, manteniéndose vigente hasta la segunda mitad de la primera década del siglo XX. Este régimen político se centro en el control de la sucesión presidencial mediante un mecanismo político en el cual el poder electoral residía en los recursos coercitivos o económicos de los gobiernos y no en el soberano que lo delega de abajo hacia arriba[23]. En este sentido el papel de las juntas electorales es determinante como forma de mediatizar la soberanía popular y a la vez implicaron un “propósito de control que se engarzaba con negociaciones que tenían lugar fuera del recinto, (...) la peculiaridad del método electoral adoptado otorgaba a las provincias y los gobernadores un peso político que seria ilusorio desconocer: a traves de los bloques de electores las provincias protagonizaban el momento decisivo en el que se jugaba el destino del poder presidencial”[24] y por otra parte él la institución del Senado Nacional “pensado como un eficaz vehículo de comunicación, cuyo propósito basico consisitia en nacionalizar a los gobernantes locales”[25] [26].
En contraposición con la imagen acerca del orden político de 1880 P. Alonso sostiene que “ El PAN distó de ser una organización con una estructura jerárquica y centralizada (...) la dinámica interna dentro del PAN fue de aguda competencia”, alejándose de nociones tales como la de imposición presidencial sencilla y sistemática sobre las provincias, y agrega: “dicha competencia nos distancia también d interpretaciones más recientes acerca de la supuesta cooperación, circulación o rotación entre miembros de una elite que se cedían mutuamente los cargos electivos dentro de un arreglo pacifico, y nos provee de un contexto político donde asentar los rasgos institucionales de un régimen, analizado en el clásico trabajo de Natalio Botana”[27]. En su análisis intenta comprender la política nacional a través de la dinámica interna del PAN, sosteniendo que este enfoque “permite arrojar mayor luz sobre una serie de temáticas: i) los resgos de la política intrapartidaria del partido unico, ii) el enlace entre la política nacional y la de las catorce provincias, y iii) los instrumentos utilizados por el presidente en dicho enlace.”[28] En este sentido sostiene que el funcionamiento del mismo se daba a través de campañas sigilosas y secretas en la que por medio del trato personal y la correspondencia privada se formaban pactos de adhesión mutua entre los que controlaban o decían controlar las políticas provinciales y los pretendientes al cargo de presidente. Estos pactos de adhesión se conocían como ligas. La ausencia de reglas explicitas fue, según la autora, lo que acentuó la rivalidad de las ligas y el carácter faccioso de las mismas; agregando que: “ En la competencia que se desarrollo dentro del PAN, el presidente demostro tenesr algunops objetivos principales, El primero y fundamental fue el de mantener unido al partido a pesar de sus rivalidades internas y evitar que las elecciones presidenciales de 1886 resultase en una competencia abierta y feroz entre fuerzas equilibradas”[29]
La coyuntura político económica de 1890 significó que afloraran los conflictos, La fundación de la Unión cívica, como frente político de oposición al régimen significó el principio de un quiebre, mas bien una fisura, en el mismo que daría comienzo a un lento proceso que llevaría a una reforma política. Según Alonso “La Unión Cívica se fundo en uno de los momentos más críticos en la historia del PAN, cuando este se hallaba dividido (...) y cuando los años de crecimiento económico dejaban lugar a la más dura crisis que el país experimentaría a finales de siglo, (...), fue fundada como un frente detrás del cual se planteo una revolución para derrocar al gobierno. Formada por una coalición de partidos, no estaba destinada a sobrevivir una vez cumplidos sus objetivos”. La Unión Cívica agrupó la mayoría los sectores opuestos al gobierno, desde los sectores que habían impulsado el intento reformador del Partido Republicano[30], hasta los sectores de la elite política que habían sido dejados de lado luego de 1880, como el mitrismo, que pretendían que se les permitiera el acceso al juego político. Si bien la revolución resultó en el derrocamiento de Juárez Celman, el régimen siguió funcionando a pesar de los sectores que propugnaban una reforma política más radical. Estos mas tarde se escindieron de la Unión Cívica dando lugar a la creación de un nuevo partido que adoptaría practicas políticas diferentes hasta el momento, pero su análisis excede el marco temporal del presente trabajo.















[1] José Luis Romero: Las ideas políticas en Argentina. Hay varias ediciones.
[2] José Luis Romero: Op. Cit.
[3] Rodolfo Puiggros: Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Argumentos, 1956
[4] José Carlos Chiaramonte: Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina. Solar/Hachette, 1971.
[5] Rodolfo Puiggros: Op.Cit.
[6] José Carlos Chiaramonte: Op.Cit.
[7] Tulio Halperin Donghi: Una nación para el desierto argentino. CEAL, 1982. Corresponde al prólogo de Proyecto y construcción de una nación. Biblioteca de Ayacucho,1980.
[8] Hilda Sabato: La política en las calles. Entre el voto y la movilización, Buenos Aires, 1862-1880, Sudamericana, 1998. 2a. edición: Univ. de Quilmes, 2004.
[9] Hilda Sabato: Op.Cit.
[10]Fernando Barba: Los autonomistas del 70. CEAL, 1982.

[11] Fernando Barba: Op.Cit
[12] José Carlos Chiaramonte: Op.Cit
[13] Hilda Sabato: Op.Cit.
[14]Silvia Cragnolino: “"Política, facciones y participación política en Santa Fe (1868-1884)" en Anuario 12, segunda época, Escuela de Historia de la Univ. de Rosario, 1986-87.

[15] Silvia Cragnolino: Op. Cit.
[16] Silvia Cragnolino: Op. Cit.
[17] Silvia Cragnolino: Op. Cit.

[18] Jose Luis Romero: Op. Cit.
[19] Tulio Halperin Donghi: Op.Cit.
[20] Rodolfo Puiggros: Op.Cit.
[21] Rodolfo Puiggros: Op.Cit.
[22] Natalio Botana: El orden conservador. Sudamericana, 1977. Segunda edición, 1997.
[23] Natalio Botana: Op. Cit.
[24] Natalio Botana: Op. Cit.
[25] En este sentido el trabajo de G. Paz aporta el análisis de la situación de una familia de la elite Jujeña que gracias a sus“vastas conexiones familiares y en su preeminencia social de antigua familia colonial. Su activa militancia antifederal y su status de perseguidos políticos agregaban un plus de prestigio (...) en el momento del proceso de formación del estado nacional (...) podían ofrecer a la elite provincial su habilidad, conexiones y experiencia política para mediar entre los poderes provinciales y los nacionales”. Coincidiendo con el análisis de Botana acerca de que el senado era “una institución que agrupaba a quienes habiendo concentrado poder y prestigio en una circunstancia provincial volcaban su experiencia y esa capacidad de control en el ámbito nacional” Gustavo Paz: “El gobierno de los ‘conspicuos’: familia y poder en Jujuy, 1853-1875” en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.): La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces. FCE, 2003.
[26] Botana Natalio Botana: Op. Cit.
[27]Paula Alonso: “La política y sus laberintos: el Partido Autonomista Nacional entre 1880 y 1886” en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.): La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces. FCE, 2003.
[28] Paula Alonso: Op. Cit.
[29] Paula Alonso: Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años ’90. Sudamericana, 2000.
[30] Fernando Barba: Op. Cit.